El batallón de los mineros

El batallón ‘Guerra Pardo’, formado por mineros de Laciana y el Bierzo, logró una de las pocas victorias sobre los sublevados en las montañas entre León y Asturias.
V. Silván / El Día de León
Foto portada:  Nori Núñez

Los alrededores del Puerto de Somiedo, entre León y Asturias, aún muestran las cicatrices que dejó en sus montañas la Guerra Civil con decenas de trincheras excavadas en la roca, parapetos, pozos de tirador, puestos de observación y refugios. Son las huellas de uno de los episodios más destacados en los enfrentamientos entre sublevados y milicianos republicanos que marcaron el desarrollo de la contienda en el Frente Norte y del que se acaban de cumplir 80 años.

El llamado ‘copo’ del Puerto, una de las contadas victorias que los republicanos tuvieron sobre el bando nacional, aunque apenas duró un par de días, en una operación protagonizada por el batallón ‘Guerra Pardo’, constituido apenas un mes antes -en septiembre de 1936- y con 800 efectivos, fundamentalmente mineros de Laciana y de las cuencas del valle del Sil del Bierzo.

Este capítulo tendría también una gran repercusión, incluso acabada la guerra, por la utilización que el franquismo realizó de la historia de las ‘tres mártires de Somiedo’, tres mujeres de Astorga que fueron fusiladas junto a los jefes y oficiales de los sublevados y dos falangistas en la Pola de Somiedo, en la noche del 27 al 28 de octubre de 1936.

«Fue una de las pocas veces que los republicanos, entre comillas, triunfaron y lo hicieron en una operación muy valiente, arriesgada y meritoria, ya que contaban con muchos menos medios y armas y eran personas que no contaban con experiencia en su manejo ni tampoco experiencia táctica, a diferencia del bando de los sublevados que, aunque había voluntarios, eran en su mayoría militares», destaca el escritor Víctor del Reguero, que dedica uno de los capítulos de su libro Laciana: República, Guerra, Represión a los hechos ocurridos en el ‘copo’ del Puerto y a la formación de ese batallón de mineros.

batallón guerra pardo somiedo
El reportaje El batallón de los mineros en El Día de León. Publicado el 30 de octubre de 2016.

Batallón ‘Guerra Pardo’

Desde el mismo momento del levantamiento militar del 18 de julio, los voluntarios que decidieron defender la República lo hicieron, en general, con muy pocas armas y con grandes carencias en cuanto a organización. Eran en su mayor parte mineros de Laciana y las cuencas próximas del Bierzo, principalmente de Fabero, que se habían asentado en las montañas huyendo del avance de las tropas sublevadas y luchando por su supervivencia. «Creían que allí era donde mejor podían defender la República», apostilla Del Reguero.

En este contexto, en septiembre, un número importante de estos mineros sirvió para formar el batallón ‘José Guerra Pardo’, a cuyo frente se situó el comunista asturiano José García González con el minero lacianiego José Barrero González como ayudante. Los socialistas de Laciana y los anarquistas de Fabero organizaron el batallón en varias compañías. La primera fue mandada por el minero de José Sánchez Ortega (Villaseca de Laciana), mientras la segunda quedó en manos de Cesáreo López Fontela (Caboalles de Abajo), la tercera en las de Julio Cabezas (Matarrosa del Sil) y la cuarta en las de César Terrón (Fabero).

Sin embargo, el verdadero peso de las decisiones y autoridad en la zona lo tenía el Comité de Guerra de Somiedo, que había iniciado su andadura en agosto. Lo presidía Moisés Álvarez Nieto, que había sido concejal en Villablino –precisamente utilizaba un sello que se había llevado de este ayuntamiento en todos los documentos del comité-. También formaban parte de él otros socialistas lacianiegos como Genaro Arias Herrero y el ya mencionado José Sánchez Ortega.

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Un documento del comité de guerra con
el sello del Ayuntamiento de Villablino. / Archivo Club Xeitu

El objetivo del ‘Guerra Pardo’ era frenar el avance de las tropas del bando nacional y ayudar a mantener el cerco de Oviedo -en manos de los sublevados desde los primeros días del estallido de la Guerra Civil y sitiada desde entonces por las milicias mineras y obreras fieles a la República-. Para ello era importante recuperar sus posiciones en los puertos de montaña, como Leitariegos o Somiedo, que habían quedado en manos de los nacionales.

Un ataque planificado

Las fuerzas nacionales llegadas de Galicia -una columna formada por cerca de 22.000 hombres entre tropa, legionarios y regulares marroquíes lograron romper el cerco republicano de Oviedo el 17 de octubre 1936 con el establecimiento del ‘pasillo de Grado’, que permitía por fin la comunicación con la ciudad asturiana y colocaba en una difícil situación a las milicias.

A los pocos días, el escenario central de la contienda se trasladaba al Puerto de Somiedo, cuando varias compañías del batallón ‘Guerra Pardo’ atacaron en la noche del 26 al 27 de octubre las posiciones de los sublevados en la Peña El Diente y La Encarralina -desde las que se domina el puerto-, sorprendiéndoles al amanecer.

Ante este ataque, el comandante al frente de las tropas nacionales en la zona intentará en las horas siguientes organizar la defensa de Santa María del Puerto y solicita refuerzos desde León y Villablino. Pero los milicianos mineros ya tenían su plan trazado. Así, uno de sus grupos se instaló en la carretera de Villaseca de Laciana, en Peña Dereita -en una zona rocosa, como un desfiladero, a la altura de la llamada curva Repentina- para cortar el tránsito de los refuerzos que contaban se enviarían desde Villablino.

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El pueblo del Puerto de Somiedo en los años 30 del siglo pasado, con sus casas con techo de paja. / Archivo Club Xeitu

Al pasar los seis camiones y dos coches, que llevaban unos 150 soldados nacionales, tuvo lugar un intenso combate que se saldó con la muerte del conductor de uno de los vehículos y otros nueve soldados, así como 21 heridos. Los milicianos regresaron a la zona del monte por la que se habían internado en la carretera y se acercaron, a través del Campo de la Vega, al pueblo de Vega de Viejos, donde tuvo lugar un pequeño escarceo con las fuerzas allí presentes.

La columna que partió desde León en auxilio del puerto fue retenida por los republicanos a la altura de Barrios de Luna, mientras también eran atacadas las guarniciones de San Emiliano y San Pedro de Luna. Esa columna sería reforzada con cuatrocientos hombres más, mientras un batallón del Regimiento de Infantería Zamora número 29, que pasaba por Rioscuro para llegar a Grado, recibía la orden de acudir a Peña Dereita para socorrer a las tropas allí emboscadas.  Y aún otras dos columnas, una con 500 soldados y otra con unos 700, acudirán con celeridad a la Vega de Viejos para incorporarse a la defensa del Puerto de Somiedo.

Y es que el ataque de los republicanos sorprendió a la compañía de los sublevados destacada en este lugar, cuya comandancia estaba ubicada en la Casa del Moreno y que acabó copada en las primeras horas del 27 de octubre. Dado que las tropas de refuerzo tardarían varias horas en acudir -la  carretera de la Vega de los Viejos estaba cortada por los milicianos, que habían ocupado también las posiciones de El Diente y La Encarralina-, el comandante trató de dialogar con los atacantes en un intento desesperado de ganar tiempo.

Bandera blanca

Esa mañana del 27 de octubre, seis milicianos se personaron en la comandancia. El comandante dio orden de detener a cuatro y dejar irse a dos «para que invitaran a los demás compañeros que estaban parapetados en las paredes de los prados frente a la comandancia a rendirse». Así lo habían hecho, regresando con una bandera blanca para plantear al comandante de nuevo la rendición.

El comandante se negaría una vez más, ordenando romper fuego, momento en el que los dos milicianos a los que habían dejado escapar fueron capturados de nuevo, mientras los demás aprovecharon para cercar una ametralladora y hacerse con el control.

Durante el resto del día, el ataque de los milicianos tendrá lugar sobre el pueblo de Santa María del Puerto, sobre el cual se lanzaría dinamita, obligando a salir de las casas a los sublevados y que terminaron rindiéndose esa noche al estar sitiados y haber consumido todas sus municiones.

Al menos 64 soldados y cabos fueron hechos prisioneros con toda la plana mayor de la guarnición y los sublevados contaron 34 muertos en el enfrentamiento. Pese al éxito del ‘copo’, los republicanos tuvieron varias bajas entre muertos y heridos. De esas bajas, según resalta Víctor del Reguero, «dos fueron especialmente significativas y trágicas ». Los dos milicianos detenidos horas antes, Ignacio Menaza Santos y José Fidalgo Menéndez, fueron encontrados por sus compañeros en la cuadra de una casa con claros síntomas de haber sido torturados.

Al menos 64 soldados y cabos fueron hechos prisioneros con toda la plana mayor de la guarnición y los sublevados contaron 34 muertos en el enfrentamiento

«Su muerte fue bastante dantesca, les cortaron la cabeza y aparecieron en una bodega del pueblo», relata el escritor. En venganza por esos dos crueles asesinatos, la misma noche del 27 al 28 de octubre, los oficiales y dos falangistas capturados fueron bajados a la Pola de Somiedo y fusilados en un prado. Entre esos dos falangistas se encuentra José Fernández Marva, jefe de la Falange de Astorga y cuya presencia podría explicar la presencia, también, de tres mujeres de esta ciudad leonesa en el Puerto de Somiedo aquel día.

Las tres, Pilar Gullón, Octavia Iglesias y Olga Pérez-Monteserín (hija del conocido pintor Demetrio Pérez- Monteserín), fueron igualmente hechas prisioneras y asesinadas junto al resto. La literatura de los primeros años del franquismo convirtió en mito la muerte de las jóvenes astorganas, que incluso están enterradas en la catedral de Astorga -sus restos fueron exhumados del prado donde fueron enterradas inicialmente-.

Los franquistas no olvidarían este drama: meses después y terminada la guerra en el norte, la más cruel represión se ensañaría con los milicianos pertenecientes al batallón ‘Guerra Pardo’. «Prácticamente el que había estado en ese batallón estaba sentenciado a muerte por estos hechos, como una especie de sello que te llevaba directamente a la muerte», recalca.

La victoria miliciana en el puerto de Somiedo no duró y apenas dos días después las tropas sublevadas, apoyadas por la aviación de la Legión Cóndor, conquistó de nuevo la zona, fijándose el frente en las posiciones que se ocupaban antes de ese combate.


La controvertida historia de las ‘mártires de Somiedo’

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Portada del romance ‘Las tres ramitas’, de José María Gay, sobre las conocidas como «tres mártires de Somiedo».

El fusilamiento de las tres jóvenes maragatas, Pilar Gullón, Octavia Iglesias y Olga Pérez-Monteserín, fue tratado prolíficamente por la literatura franquista que abordó este pasaje de la guerra en el libro el Princesas del martirio, de Concha Espina, y el romance Las tres ramitas del roble, José María Gay. Una historia que llega hasta la actualidad la actualidad con los trámites para la beatificación de las tres ‘mártires de Somiedo’, a las que se dedican sendas calles en Astorga y León.

En Laciana: República, Guerra, Represión, Víctor del Reguero insiste en que las causas de esos fusilamientos «no están esclarecidas» y que existen diferentes versiones, incluida la de la venganza personal de la mujer de Ignacio Menaza, por el asesinato de su marido a manos de los sublevados, o la de la intervención de un grupo de milicianas.

Insiste en que «no está del todo claro que fueran enfermeras porque no había datos de que en la zona hubiera ni un hospital de sangre ni un destacamento de Cruz Roja» – aunque la inscripción oficial de su muerte, casi dos años después, así lo indica-. Se señaló como responsable a Genaro Arias El Pata, que estaba al frente del Comité de Guerra y del batallón ‘Guerra Pardo’, siendo ejecutado a garrote vil tras un juicio sin garantías.

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