La trastienda de la memoria histórica

Detrás de cada exhumación hay meses de trabajo de documentación, investigación y análisis antropológicos que se realizan en el laboratorio que la ARMH tiene en Ponferrada (León).
V. Silván / Agencia Ical
Fotos: César Sánchez

La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) se hace visible con cada exhumación, con cada uno de los cuerpos silenciosos que rescatan del olvido enterrados en fosas improvisadas, y, como si de un escaparate se tratara, se someten a la atenta mirada tanto de quienes alientan su labor como de aquellos que les acusan de abrir viejas heridas. Pero la ARMH es mucho más que la apertura de fosas con restos de las víctimas de la sinrazón franquista porque detrás de cada una de sus actuaciones hay meses de trabajo en una amplia trastienda de archivos, entrevistas, registros, permisos, análisis antropológicos y forenses para sacar a la luz la historia de cada uno de los ‘paseados’.

El rescate de la memoria histórica empieza y acaba en el laboratorio que la asociación tiene en el Campus de El Bierzo en Ponferrada (León). Un correo electrónico o la llamada telefónica de algún familiar o descendiente de los ‘desaparecidos’ de la Guerra Civil pone en marcha la maquinaria de la asociación. En una ficha se recoge esa información inicial proporcionada por los familiares como la fecha de desaparición, el último lugar donde fue visto, edad, descripción y todos aquellos detalles que sirvan para averiguar en qué grupo de fusilados estaba esa persona y dónde puede haber sido enterrada.

“Todos los casos están completamente documentados”, explica el arqueólogo de la ARMH, René Pacheco, con la ficha de un ferroviario leonés entre las manos, desaparecido el 17 de agosto del 1936 cuando realizaba prácticas de maquinista en Torre del Bierzo (León), donde vivía con su mujer y sus hijos. Los familiares explican que lo apresaron alegando que se lo llevaban a prestar declaración y que pierden su pista en Bembibre, donde algunos testimonios dicen haberle visto por última vez. Además, aportan la documentación que tienen de registros civiles, fotos y hasta la indemnización que pagó a la esposa la Asociación de Empleados y Obreros del Ferrocarril, certificada con un sello con la imagen de Franco seguida de un “viva Franco, arriba España”.

Los miembros de la ARMH, Marco Antonio González, Nuria Maqueda y René Pacheco, en el laboratorio./ César Sánchez

Causa de la muerte: la lucha contra el marxismo

Seguir la pista de las víctimas en el registro civil es fácil porque la defunción aparece generalmente registrada fuera de plazo –a veces hasta cuatro décadas después, en los años 80- y aparece como causa de la muerte “la lucha nacional contra el marxismo” o simplemente no hay causa. “El ferroviario de Torre no estaba en el registro civil de ese municipio pero, como sabemos la fecha de la muerte, en el registro civil de Bembibre o de Castropodame podemos comprobar qué otras personas murieron por esa causa ese mismo día y reconstruir el grupo”, explica el arqueólogo.

Las informaciones de los familiares y la investigación permiten determinar un lugar posible de enterramiento y es ahí donde entra en juego uno de los elementos más decisivos de la búsqueda, la memoria popular que ayuda a la ARMH a seguir los pasos de cada una de las víctimas hasta una ubicación más o menos concreta de la fosa. “Siguiendo con la historia del ferroviario de Torre, su fosa estaba en Sobrado, en la otra punta de El Bierzo ya en el límite con Orense, es inimaginable lo que ha tenido que hacer la familia durante años para llegar a la conclusión de que podía estar allí, entonces nosotros con esos datos ya podemos ir a ese pueblo y preguntar a la gente si recuerdan si trajeron a algún grupo en aquellos años, si recuerdan alguna característica, si llevaban la chaqueta de ferroviario”, concreta Pacheco.

Una vez localizado el lugar posible del enterramiento, desde la asociación se realizan todas las gestiones necesarias para proceder a la apertura de la fosa como es la solicitud de permisos. En unas ocasiones la solicitud se hace a los ayuntamientos -en el caso de que estén ubicadas en espacios públicos de su competencia-, otras veces a personas particulares porque muchas veces están en fincas privadas, aunque la mayoría se solicitan a diputaciones, gobiernos autonómico y central porque generalmente los ‘paseados’ fueron dejados en las cunetas donde recibieron el “tiro de gracia”.

El rescate del olvido

La apertura de las fosas y las exhumaciones es la parte más visible del trabajo de la ARMH, que generalmente se realiza durante los meses de primavera y verano y que cuenta con un importante número de voluntarios que trabajan codo con codo con arqueólogos y antropólogos. Un trabajo cuidadoso para que los restos lleguen en las mejores condiciones al laboratorio, así como los otros materiales que son hallados en la fosa como pueden ser proyectiles, alguna medalla, insignias, una cantimplora, botones, hebillas, trozos de tela e, incluso en un caso, los peines de un Mauser –el cargador de un tipo de fusil que fue utilizado en la Guerra Civil-.

Uno de los objetos que más ha impactado a su arqueólogo fueron las botas que llevaba puestas la víctima hallada en la fosa abierta el año pasado en San Mamede do Río (Lugo). “Lo primero que vimos fueron las botas que mostraban a una persona que estaba enterrada boca abajo, lo que ya señala que no es un enterramiento normal, y recordábamos la historia que nos había contado una señora del pueblo que nos decía que nunca podría olvidar las botas de piel de becerra muy buenas que tenía ese hombre, que a lo mejor las había traído de Cuba, y allí estaban esas botas perfectamente conservadas como si la humedad del terreno las hubiera curtido”, recuerda Pacheco.

En las últimas campañas, la utilización del georradar ha sido muy útil para agilizar la localización del lugar exacto donde están enterrados y permitir trabajar así con una mayor seguridad. Y es que, desde que la asociación empezara a andar hace ya más de diez años, se han realizado 141 exhumaciones con la localización de 1.294 desaparecidos de la Guerra Civil. Una lista que se seguirá engrosando porque todavía quedan muchas personas que continúan buscando a algún familiar que desapareció en esas circunstancias y para este año ya está prevista la apertura de entre 15 y 20 fosas –las más inmediatas serían en Puebla de Don Rodrigo, en Ciudad Real, y en Rioscuro, Dehesas y San Juan de la Mata, en León-.

Hablan los huesos

En el laboratorio que la ARMH tiene en el Campus Universitario de El Bierzo, en Ponferrada (León), trabajan junto al arqueólogo René Pacheco, la restauradora Nuria Maqueda y el responsable de gestión Marco Antonio González. Un equipo que se completa con la colaboración puntual de un grupo de antropólogos forenses formados por Roxana Fellini, Elena Vergara, José Luis Prieto y Francisco Echevarría, que ayudan a determinar la identidad de cada uno de los cuerpos hallados.

A pie de fosa ya se puede tener una idea de quién es cada uno de los que están enterrados en ella pero no será hasta que se contrasten los datos con los que trabaja la asociación con el resultado de los análisis antropológicos y forenses practicados por los expertos cuando se pueda determinar con cierta seguridad –sólo el ADN puede certificarlo científicamente- su identidad. Así, cuando los restos son llevados al laboratorio se limpian y se clasifican por partes del cuerpo, al tiempo que se reconstruyen los cráneos y otros huesos que puedan estar dañados para facilitar al máximo el trabajo de los forenses.

Lo principal es determinar el sexo, la altura y la edad, así como algún rasgo característico que pueda ser determinante en la identificación. Según explicó Pacheco, el desgaste de las muelas, la clavícula y las costillas, incluso la sínfisis púbica- conexión entre las dos partes del pubis-, son relevantes para poder atribuir una edad a los restos que se están estudiando, así como los huesos largos como el fémur ayudan a saber la altura aproximada del individuo mientras su diámetro apunta a características de constitución. La diferencia entre hombre y mujer se vincula a peculiaridades en la pelvis y en la apófisis mastoide –en el hueso temporal del cráneo-.

Por otro lado, los antropólogos también analizan las evidencias balísticas en el cráneo –de aquí la relevancia del trabajo de reconstrucción y restauración- y en otras partes del cuerpo apreciando la trayectoria del proyectil según la limpieza del orificio de entrada y la irregularidad del de salida al romper el hueso hacia afuera. “Incluso en algunas ocasiones puede haber restos de personas que no presenten evidencias de haber sido heridas con arma de fuego porque el disparo les ha alcanzado en zonas blandas y no ha dañado ningún hueso, aunque en la mayoría de los casos no falta el tiro de gracia en la cabeza”, puntualiza.

Todos los datos obtenidos por los antropólogos forenses para cada uno de los cuerpos hallados en una fosa se cruzan con los que dispone la asociación para asignarles un nombre y apellido. En ciertas ocasiones puede ser muy complicado el asignar una identidad, especialmente en grupos que tienen a varias personas de más o menos la misma edad –no se debe olvidar que los antropólogos trabajan con rangos de edad y no pueden determinar una concreta-. Una posible solución es acudir a la ficha del tallaje militar, que cuenta con información concreta de altura, complexión o de la existencia de alguna dolencia o defecto físico.

La identificación es el último eslabón de este proceso que pone en marcha la ARMH para cada una de las exhumaciones, que se puede prolongar durante años y que se resume en un informe final que contiene la historia de olvido de cada uno de los ‘paseados’. Ahora ya pueden volver a las manos de quienes nunca debieron separarlos, sus familiares.

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