La última generación de mineros

La situación actual de la minería hace sentirse a sus trabajadores como especie en extinción, que rabia sin ver un futuro.
V. Silvan / El Día de León
Fotos: César Sánchez

Ellos son los trabajadores de Minas del Bierzo Alto, en el pozo Casares, y pueden pertenecer a ese grupo de últimos mineros del Bierzo. El ‘plan de cierre’ parece querer poner fin en dos años a las minas y, con ellas, arrastrar también hasta su desaparición a una profesión a la que han pertenecido varias generaciones de bercianos, pero también de inmigrantes extremeños y andaluces, sin olvidara aquellos que llegaron de Portugal, Cabo Verde, Polonia, Bulgaria o Pakistán. Este pozo, ubicado en Tremor de Arriba, es un estandarte de la transformación y las reivindicaciones del sector en las últimas décadas.

Abierto hace unos treinta años, llegaron a trabajar en sus galerías cerca de 300 mineros, cuando estaba en manos del grupo Viloria y con un cupo impensable hoy en día. En sus entrañas se vivió un encierro en 2010 durante 26 días -que se recuerda con un cartel en los vestuarios y en el lugar del pozo donde iniciaron su protesta 14 trabajadores- para reclamar la estabilidad de la minería mediante el real decreto que garantizara el consumo de carbón autóctono y el pago de dos nóminas pendientes. Unos años después llegaría el concurso de acreedores y la liquidación, que terminaría con la mina en manos de una nueva empresa que ha tratado de adaptarse a la situación. Minas del Bierzo Alto acabó con la inactividad y con los ERE encadenados en abril del años pasado y tardó aún tres meses en poder empezar a suministrar carbón en la central térmica de Compostilla, con contratos mes a mes de 3.000 toneladas. Poco a poco ha ido ajustando su plantilla, dando una salida a los trabajadores a través de prejubilaciones y bajas incentivadas -también alguna incapacidad y baja voluntaria-, pasando de un centenar a los apenas 19 que hay en la actualidad.

Uno de los mineros del pozo Casares, en Tremor de Arriba. / César Sánchez

Compañeros de tajo

Entre esos trabajadores están dos picadores, José María Garzo y Javier Jordán ‘Yiyo’, que forman parte de esa estirpe de mineros en peligro de extinción. Los dos tienen 44 años, pertenecen a una familia de mineros y entraron por primera vez en la mina con 18 y 19 años, respectivamente. «Yo soy picador porque era lo que me quedaba por hacer, antes estuve de barrenista», cuenta Garzo, que apostilla que lo ve «todo muy negro» mientras martillo en mano pica en el tajo, con gotas de sudor mezcladas con polvo de carbón cayendo por su cara. A unos metros de él, ‘Yiyo’ también está picando tumbado, arrastrando con los pies el carbón hacia el pánzer (una especie de cinta transportadora).«Aguantaremos mal porque este Gobierno no cumple el Plan del Carbón que ha firmado», afirma Jordán, que pide a Rajoy que mire por los mineros para tener un futuro y evitar que sus hijos tengan que irse de la comarca. «Así no hay ya futuro para nosotros, para nuestros jóvenes menos», lamenta este minero, que invita al presidente a que «deje su sillón, coja el martillo -que pesa casi cuatro kilos- y pase ocho horas con nosotros, que vea lo privilegiados que somos».

En esa misma ‘calle’ está Zenon Barzik, un picador polaco que lleva nueve años en el pozo Casares y que fue uno de los mineros encerrados en el 2010. Él entró en la mina por primera vez con 18 años, en la zona fronteriza entre Polonia y la República Checa. «El sector está caído, no sé si aguantará mucho. Aquí en España ya casi no existe minería porque hay como 2.000 mineros en activo y en Polonia esos mineros los hay en una pequeña mina», apunta Zenon. Con 45 años, está pendiente de que la Seguridad Social le bonifique por los diez años trabajados en las minas checas y otros cinco en minas polacas. «Debería cumplir ya las condiciones para prejubilarme ya. Pero lo tengo claro, me quedo en España», apostilla.

«Se va a cerrar todo con lo que está haciendo el Gobierno y la Unión Europea, que ya está apretando mucho»Zenon Barzik. Picador, 25 años en la mina

«Que sigan comprando carbón de fuera, pero que se lleven también las centrales térmicas fuera de la comarca»David Pérez. Vigilante, 19 años en la mina

La altura del tajo se va estrechando y por encima de él aún están otros dos picadores. Alejandro e Ismael, que es el benjamín del pozo con 29 años, aunque ya lleva una década de mina a las espaldas. De abuelo minero, este joven de San Pedro Castañero no ve «ninguna salida ni futuro alguno aquí» y cree que la solución al problema es «quemar carbón de aquí».

El vigilante David Pérez comparte con sus compañeros su indignación por la situación del sector. «Que sigan comprando el carbón de fuera, pero las térmicas de aquí que se las lleven también fuera, o acaso el mineral de importación no contamina», reprocha. Con 39 años, lleva más de 19 trabajando en la minería, aunque no tendrá opción a prejubilarse. «No tengo edad, aunque tenga el doble de tiempo trabajado en la mina que muchos otros que se prejubilan. No sé qué haré», afirma Pérez. El que sí pondrá fin a 25 años de mina es el otro vigilante, Alipio García, que espera prejubilarse dentro de seis meses. Su padre era minero desde «guaje», con 12 años, y falleció a los 64 de silicosis. «Yo entré pronto, con 17 años, y el más, con apenas 12 y a los 40 ya estaba silicoso perdido», apostilla García, que asegura que «o los políticos se ponen las pilas, que son los únicos que pueden hacer algo, o esto se acaba».

«Lo veo muy negro todo para la mina. Que venga Rajoy y vea nuestras gotas de sudor teñidas con el polvo del carbón»José María Garzo. Picador, 26 años en la mina

«Que Rajoy baje a la mina, coja el martillo y pase ocho horas con nosotros, que vea lo privilegiados que somos en realidad»Javier Jordán ‘Yiyo’. Picador, 25 años en la mina

Menos tiempo tendrá que esperar otro compañero, Julio, que en apenas quince días quedará en casa con 50 ños cumplidos y 34 de mina. Este ayudante de barrenista, de familia de mineros de Almagarinos, entró en Antracitas de Brañuelas con apenas 16 años. «La salida a esto la tiene ya mas negra», lamenta Julio, que cree que «nunca han mirado para nosotros» y que sus tres hijos acabarán fuera de la comarca. «El Bierzo está muerto, cierran las minas  y cierran todo, sin alternativa», apostilla.

Sin relevo generacional y con la losa del cierre, si no hay un giro en la situación del sector minero, las minas bercianas acogen ya a los que serán sus últimos mineros.

El reportaje ‘La última generación de mineros del carbón’ en El Día de León. Publicado el 12 de junio de 2016.

«No hay futuro. O los políticos se ponen las pilas, que son los únicos que pueden hacer algo, o esto se acaba en nada»Alipio García. Vigilante, 25 años en la mina

«La solución al problema es sencilla, que se queme el carbón de aquí para que no tengamos que cerrar nuestras minas»Ismael Palacio. Picador, 10 años en la mina


Un día en el pozo

Los mineros bajan cada día a la mina para extraer de sus entrañas, en tajos claustrofóbicos y asfixiantes, el carbón que vender a la térmica de Compostilla.

Amanece en el pozo Casares y empiezan a llegar sus trabajadores a los vestuarios, donde la ropa cuelga de las habituales cestas colgadas del techo. Allí se colocan su ‘uniforme’ con la funda, las botas, el cinturón, los guantes y el casco, sin faltar la bolsa con el bocadillo, antes de salir hacia el pozo, a cuyas puertas recogen la lámpara minera en la obligada lampisteria que no falta en ninguna explotación minera. A las 8 de la mañana ya están listos para subir a la ‘carrucha’ que les lleva al interior de la mina, junto al joven ingeniero David Suárez Piñuelo. «Antes de bajar hablo con los vigilantes sobre la organización del trabajo y del personal», explica.

Arranca la carrucha, con su traqueteo lento desciende hacia las entradas de la tierra, acompañado del sonido del goteo del agua que se filtra por sus paredes. No volverán a ver la luz del sol hasta las 4 de la tarde. Los mineros hablan relajados de sus cosas y hacen bromas, aún tienen más de media hora hasta llegar al tajo, a más de 200 metros de profundidad. El recorrido supone bajar 450 metros del pozo Casares, después recorrer a pie un ‘recorte’ de unos 70 metros para enlazar con el pozo nuevo y coger otra carrucha para coger otros 200 metros. El resto del camino lo realizan andando, pasando por una galería, el pozo de la sexta planta, otra galería y el pozo de la séptima hasta su destino. Un laberinto. Son las 8 y media pasado cuando el grupo llega al lugar de explotación en la capa 25, han dejado por el camino a otros compañeros que realizan labores en otra planta.

Por un estrecho agujero en la ‘parrilla’ lateral que protege la galería acceden a la ‘calle’ donde están trabajando, un agujero excavado y sujeto por puntales y vigas de hierro. No levanta un metro del suelo y, a medida que entras, se va estrechando. Es un lugar claustrofóbico, caluroso y húmedo, en el que es imposible ponerse de pie, incluso en algunos puntos es complicado permanecer sentado o de rodillas. Primero suben el material entre todos , después los picadores Garzo, ‘Yiyo’, Zenon, Alejandro e Ismael se colocan cada uno en su tajo y, martillo en mano, empiezan a picar carbón.

El sonido del martillo contra el mineral es ensordecedor junto al ruido del pánzer arrastrando las piedras de carbón que caen en un golpeteo constante sobre la cinta transportadora, que recorrerá cerca de dos kilómetros hasta sacarlo a la superficie. Una nube de polvo negro se levanta a su alrededor y se pega en la piel, cubriendo totalmente sus rostros. Cada cierto tiempo empujan el carbón, con sus pies o con la pala, hacia el pánzer. Así durante toda su jornada, con una parada para comer el bocadillo. Sacan entre 120 y 130 toneladas diarias para cubrir el cupo para la central térmica. «Hay aún mucho carbón que sacar», recalca Suárez.

(El pozo Casares cerró en 2017)

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