Malabares para aprender

Los niños del circo Roy llevan su ‘cole’ a cuestas y, sin ninguna ayuda pública, reciben clases en una caravana habilitada como escuela y vivienda del maestro manteniendo su ilusión por continuar con su estirpe de acróbatas, payasos y domadores.
V.Silván / Agencia Ical
Fotos: César Sánchez

Había una vez un circo donde los más pequeños no soñaban con ser médicos, maestros o bomberos, sino con conseguir el título de trapecistas, payasos y domadores de leones, tras los pasos de sus padres y abuelos. Son los seis niños del circo Roy, que durante el último mes ha recorrido El Bierzo y estará en Ponferrada hasta el próximo domingo. Un espectáculo que desde hace décadas protagoniza por toda España la familia Cardinali, que ya transita por la séptima generación circense.

Desde hace un año viaja junto a ellos un maestro y una nueva caravana que ha sido habilitada como escuela y vivienda para el profesor. De esta manera, la familia ponía fin al continuo peregrinar de los niños de colegio en colegio con cada cambio de pueblo o de ciudad. “No era tan fácil aprender porque muchas veces era siempre el mismo tema en todos los coles”, explica Isa, que con trece años ya ha viajado por media Europa y también África. “Llegamos hace un mes de Suiza, pero antes he estado en Italia, Alemania, Austria, Portugal y también en Mozambique y Cabo Verde”, cuenta, intentando recordar todos los lugares en los que ha estado.

La experiencia de cambiar continuamente de escuela tampoco gustó a la mayor de los hijos del director del circo, Romina, de 11 años. Durante algún tiempo tuvo que hacer malabares para sacar adelante el curso pisando prácticamente cada semana una nueva aula, con diferente profesor y otros compañeros de clase. “Conocíamos a mucha gente pero no aprendíamos mucho porque, por ejemplo, hoy íbamos a un colegio y aprendíamos a hacer la raíz cuadrada y la semana siguiente íbamos a otro pueblo y era lo que nos volvían a enseñar”, lamenta Romina, que ahora saca “diez en todo” y ya no llora por tener que ir a clase.

Tanto les gusta ahora ir al colegio que esta semana, cuando todos los escolares de Castilla y León tenían vacaciones, ellos han continuado con sus clases en esta “escuela sobre ruedas” -adquirida por 15.000 euros a otro circo cuyos niños ya habían finalizado la etapa escolar- y con su ‘profe’, un gallego de 30 años llamado Pablo Alonso. Él llegó al Roy Cardinali a principios de año, hace tres meses, y ‘exprime’ la experiencia que supone enseñar todas las asignaturas a niños de edades tan distintas y conocer un nuevo lugar cada siete días. “La experiencia está muy bien, conoces muchos sitios y pueblos y yo aprovecho también algunos sábados y domingos para ver los alrededores. Aquí ya he ido a los Montes de Valdueza y Santiago de Peñalba”, explica.

Pero la mayor novedad está en la forma de educar –como ocurre en los pueblos con pocos niños- para adaptarse en un mismo espacio y tiempo a las necesidades de alumnos con diferentes edades y asignaturas. “Tienes que adaptarte un montón”, reconoce Pablo, que destaca que no es posible dar tanto contenido en las materias como si fueran todos al mismo curso, pero se trabajan otros valores y capacidades que no se cuidan tanto en “la otra escuela” como, por ejemplo, “ayudarse entre niños de distintas edades”.

Este maestro es uno de los pocos afortunados de tener el trabajo al lado de casa porque sólo una puerta separa el aula de su vivienda, un pequeño espacio en el que tiene su habitación, su cocina y su baño. “La anécdota es que cuando hace mucho frío se congela la manguera y no hay ducha ni té para desayunar”, bromea.

“Me dan muchísimo la lata, son malísimos todos”, se burla el maestro mientras los niños se ríen y niegan con la cabeza. Todos tienen el mismo horario escolar, de 9 a 14 horas –menos los más pequeños de tres años, Reinaldo y Cristo, que van una hora al día-. También cuentan con las mismas asignaturas que en el resto de colegios. “Se estudia igual y este ‘cole’ también es divertido, aunque para el ‘profe’ es más difícil porque tiene que estar atento a muchas cosas a la vez”, explica Romina. Matemáticas es su asignatura favorita, la misma que su hermano Roy, de seis años, mientras que Dairon -son mellizos- prefiere el inglés y a su prima Isa le gusta Lengua y Conocimiento del Medio.

Dairon, Roy, Isa y Romina, los niños del ‘Circo Roy’, durante una de las clases junto a su profesor Pablo Alonso. / C. Sánchez
Romina, durante uno de los ensayos. / C. Sánchez

Sin subvenciones

Todos los gastos de la escuela del circo –que incluyen el sueldo del maestro, el material escolar, el seguro y el gasoil, entre otros- salen de los bolsillos de los miembros del circo Roy. Atrás quedaron las subvenciones o la asignación de un educador dentro del programa de ‘Aulas Itinerantes’ del Ministerio de Educación y Cultura. Algo que lamenta la matriarca de esta familia y propietaria del Roy, Esmeralda Cardinali, especialmente ahora “con la crisis” y con todas las “dificultades” que les ponen para instalarse en algunos lugares.

“Ahora también tenemos que pagar al maestro de los niños porque antes siempre fue subvencionado por el Ministerio, pero como están así las cosas pues en el circo ha pasado como en el resto de los sitios y si les han quitado el maestro en los pueblos, pues a nosotros también”, explica.

Esmeralda reconoce que ahora es más difícil que el profesor complete el curso en el circo, que cuando era una plaza que asignaban desde Educación, “porque cuando les sale algo más estable se van”. Y es que entiende que “no todo el mundo sirve” para este tipo de vida itinerante, que hay que saber adaptarse o “llevarlo en la sangre”. Ese es el caso de la familia Cardinali, que vive por y para el circo desde hace siete generaciones y cuyo origen está en la isla italiana de Sicilia, de donde proceden sus antepasados –lo mismo que la popular actriz Claudia Cardinale, que es su prima-.

La séptima generación

Y la nueva generación continuará con esta estirpe de acróbatas, malabaristas, payasos y domadores de todo tipo de fieras y animales. Tras las clases, por la tarde, llega el momento de los juegos en el mejor de los patios de recreo: la pista del circo. “Cuando no hay espectáculo juegan en la carpa y se entretienen con los ‘hula hoop’, las cuerdas o el equilibrio, según la edad van haciendo sus cositas, están jugando pero a la vez se están preparando”, explica la abuela Esmeralda. Así, Roy ya empieza a salir a la pista “a hacer el payasito con el abuelo”, mientras Isa y Romina ya dominan los números con aros.

Sus sueños de futuro siguen a la caravana del espectáculo y Romina ya tiene claro que quiere ser trapecista. “Me gustan los números de altura y voy a ensayar la red, que es un número de altura muy bonito”, explica pizpireta. Su hermanos, Roy y Dairon, aunque aún son muy pequeños, ya tienen en mente, respectivamente, los malabares y los caballos –su padre, David Cardinali, es jinete de doma clásica-.

Por su parte, la mayor del grupo, Isa, ya realiza números de antipodismo –malabares con los pies-, aunque su gran ilusión es seguir los pasos de su padre y su hermano como domadora de leones. Por ello, continuarán con su aprendizaje y ensayos como niños felices para algún día, desde la pista central de la gran carpa, hacer que otros jóvenes también sean felices en el circo que, como cantaba Miliki, “alegra siempre el corazón”.

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