Tras los pasos del último ajusticiado

Las cartas entre Ramón Carnicer y Luis Núñez ayudaron al escritor a reconstruir en su libro ‘Las Jaulas’ las horas finales del asesino de Langre, que fue el último ejecutado público por garrote vil en Villafranca del Bierzo.
V. Silván / El Día de León
Fotos: César Sánchez

Eran las ocho y veinte minutos del 28 de agosto de 1900, cuando exhaló su último aliento el asesino de Langre, Dictino Alonso, tras recibir garrote vil en la última ejecución pública realizada en España y que tuvo lugar en el Campo de la Gallina de Villafranca del Bierzo. Sus últimas horas, entre la realidad y la ficción,fueron reconstruidas por Ramón Carnicer en uno de los capítulos de su novela Las Jaulas.

Una historia que fue armando a través de las cartas que intercambiaba con su amigo Luis Núñez, que fue alcalde de Villafranca en dos ocasiones y oficial del Registro de la Propiedad. «Ramón y yo mantuvimos correspondencia frecuente desde 1975 hasta su muerte, me contaba todas sus cosas y yo las mías», recuerda Núñez, que destaca la amistady la confianza existente entre ambos.

Más cercano a la edad de su padre que a la suya y después de muchos años en los que el escritor apenas visitaba la villa del Burbia por diferentes motivos, Núñez cuenta que fue a partir de su primera etapa como alcalde (1975-1979) cuando estrechó su relación con Carnicer, que formaría parte del jurado de la Fiesta de la Poesía. «Él después venía continuamente y tenía además una mujer muy agradable, Doireann», apostilla.

«Ramón y yo mantuvimos correspondencia frecuente desde 1975 hasta su muerte, me contaba todas sus cosas y yo las mías»Luis Núñez

Nuñez guarda toda la correspondencia que mantuvo con el escritor villafranquino, afincado en Barcelona, durante más de 30 años. Entre decenas y decenas de cartas se encuentran aquellas en las que Carnicer le pide ayuda a su amigo para saber qué pasó con el asesino de Langre.

Un año y medio de indagaciones

La primera carta está fechada el 7 de agosto de 1986 y en ella solicita a Núñez que indague antes de su llegada si las causas archivadas en el juzgado pasan a la Audiencia Provincial o a la Territorial. «En el primer caso, podría aprovechar, si es ya de uso público, lo relativo al crimen y ejecución de un sujeto de Langre, del que habrá oído hablar, a quien despachó en el Campo de la Gallina el verdugo de Burgos, al parecer el último acto de esta naturaleza llevado a cabo en Villafranca», le escribe.

Ese tema es frecuente en las misivas que se intercambian entre 1986 y 1987, en las que el escritor va facilitando a Luis Núñez nuevas fechas y datos que puedan ayudarle a localizar algún documento en Villafranca que le permita conocer la fecha de su ejecución y cómo se había producido. Así, Carnicer da con el nombre de Dictino Alonso, condenado en la Audiencia de León el 12 de diciembre de 1899 y confirmada por el Tribunal Supremo el 13 de marzo de 1900.

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Luis Núñez, en su biblioteca, busca entre las cartas que mantuvo con Ramón Carnicer aquellas en las que hablaron sobre el asesino de Langre. / C. Sánchez

«Villafranca era partido judicial al que pertenecía Langre (Toreno) y las ejecuciones entonces se llevaban a cabo en la cabeza», apostilla Núñez, que finalmente logró dar con el certificado de defunción del asesino. «Fue enterrado en el cementerio de aquí, ¿dónde lo iban a llevar?, pero yo no he encontrado el lugar exacto donde está, aunque lo he buscado», puntualiza. «Encontré aquí tu carta del 14, junto con la partida de defunción del agarrotado de Langre. Tú, de un plumazo, has resuelto lo que parecía insoluble, dado el silencio de la Administración de Justicia a mis diversas gestiones para determinar esa fecha», le agradece Ramón Carnicer en los primeros días de1988.

Una misiva en la que también ironiza sobre las «lentitudes judiciales», que «no son cosa de ahora exclusivamente». «A aquel desdichado, tras la confirmación de la pena por el Supremo en marzo de 1900, lo tuvieron a la espera de verdugo nada menos que cinco meses y medio. En fin, Laus Deo», añade.

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Una de las cartas en las que Ramón Carnicer pedía ayuda a su amigo para localizar información sobre el asesino de Langre. / C. Sánchez

«Un sujeto de Langre a quien despachó en el Campo de la Gallina el verdugo de Burgos, al parecer el último acto de esta naturaleza en Villafranca»

«A aquel desdichado, tras la confirmación de la pena por el Supremo en marzo de 1900, lo tuvieron a la espera de verdugo nada menos que cinco meses»Ramón Carnicer

El asesinato de una hermana

En uno de los capítulos de Las Jaulas, el escritor cuenta la historia del asesino de Langre, al que cambia el nombre de Dictino por Baldovino, aunque mantiene el nombre y los apellidos de su ejecutor, el conocido verdugo de Burgos, Gregorio Mayoral, que fue apodado por sus compañeros como El abuelo por su larga trayectoria. Hechos reales disfrazados de ficción para contar cómo Dictino Alonso mató a su hermana «para heredarla, porque era su único hermano» y cómo fueron sus últimas horas.

Carnicer cuenta que este hombre vivía en la casa de sus difuntos padres con su mujer y tres hijos y junto a su hermana Francisca, que era soltera. Una noche, relata el escritor, «cuando Francisca, con un farol en la mano salía de la cocina camino de su habitación, el Baldovino la esperaba en el corral y con una estaca que tenía preparada le dio en la cabeza y donde pudo hasta 13 golpes, que otras tantas heridas le contaron los médicos».

«Luego, para acabar con ella, pues aún vivía, le apretó el pescuezo hasta estrangularla. espués, con una cuerda que también tenía preparada, le echó un nudo corredizo al pescuezo y la arrastró hasta la cuadra de las ovejas, donde la tapó con estiércol y paja. Y a la noche siguiente la cargó en el carro, la llevó a un soto, la enterró y plantó un castaño encima», describe en su libro.

Unos hechos terribles que llevaron al juez a dictar la pena máxima y condenarlo a garrote vil. La ejecución trajo a Villafranca al verdugo de Burgos, que destacó en la época por la «precisión» de su garrote, que fue perfeccionando con un diseño que, en sus propias palabras, «no hace ni un pellizco, ni un rasguño, ni nada; es casi instantáneo, tres cuartos de vuelta y en dos segundos…».

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El reportaje Tras los pasos del último ajusticiado en El Día de León. Publicado el 27 de noviembre de 2016.

En Las Jaulas, Ramón Carnicer describe un poste de unos dos metros,  hundido al pie medio metro en la tierra y de base casi cuadrada y de la medida de la pieza metálica con la que se fija el garrote, mientras el asiento está adosado al propio poste. «Previamente, medida a ojo en la cárcel la talla de Baldovino, Mayoral había puesto la abrazadera del garrote a una altura que resultó ser exacta y había ordenado hacer, de acuerdo con ella, el orificio por donde pasaría el tubo que lleva dentro el paso de rosca del garrote», escribe.

Con todo listo para la ejecución y con el condenado con las manos atadas a la espalda y los tobillos al asiento, el fraile empezó a recitar «Jesús, José y María, asistidme en mi agonía; recibid cuando yo muera el alma mía». «Mayoral, mientras los acompañaba en la oración, echó sobre la cabeza y la cara de Baldovino un paño negro, y al llegar a la frase ‘su único hijo’, accionó con presteza el garrote. Se advirtió en el reo una fuerte sacudida, una contracción de las rodillas y un ronco estertor. Eran las ocho y veinte minutos», cuenta Carnicer, del 28 de agosto de 1900.

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