Tres miradas leonesas en Siberia

Tres leoneses y un palentino iniciaron hace una semana una aventura que les ha llevado hasta las entrañas de Rusia para fotografiar la espectacular belleza del lago Baikal, a más de 20 grados bajo cero
V.Silván / El Día de León
Foto portada: Gabriel Santos

Hemos tenido unos amaneceres fantásticos, rodeados de hielos con temperaturas aproximadas entre 20 y 30 grados bajo cero», me despierta Néstor Rodán este jueves a las 8.30 de la mañana. Me escribe a más de 9.000 kilómetros de distancia, desde algún remoto rincón perdido en la inmensidad helada del lago Baikal, en Siberia, para hacer partícipe a El Día de León de su aventura junto a otros tres «locos» de la fotografía en esa vasta región de la Rusia más profunda y cuando se cumple una semana desde que salieran de León con la mochila cargada de cámaras y todo tipo de filtros, tarjetas de memoria, trípodes, objetivos y hasta dos drones. Néstor viaja con otros dos leoneses, José Devesa y Gabriel Santos, y con el palentino Juan García, más conocido en este mundillo de la fotografía como ‘Pixelecta’ y por su proyecto ‘365 Montaña Palentina’.

El Baikal es el lago más profundo del mundo, llegando a concentrar el 20 por ciento de toda el agua dulce del planeta, y uno de los más antiguos con una edad aproximada de 25 millones de años. Durante varios meses al año, entre diciembre y abril, está cubierto por una capa de varios metros de hielo, permitiendo así recorrerlo en toda su inmensidad –incluso los coches circulan por él–. «Una de las cosas que más impresión nos ha causado es escuchar el ruido que hace el hielo al moverse y romperse, seco y profundo, lo que los lugareños expresan con la frase ‘Baikal dice’», cuenta Néstor. Con la isla de Olkhon –en el lago y a medio camino entre las ciudades de Irkutsk y Severobaykalsk– como base de operaciones, cada mañana los cuatro se montan en la furgoneta junto a su guía para atrapar con sus cámaras la belleza de los paisajes helados de este Patrimonio de la Humanidad, que muy pocos fotógrafos españoles han tenido la suerte de poder captar. «Eso era algo que también nos atraía del Baikal, su belleza y que no ha sido muy fotografiado, no sabíamos de gente de España que hubiera ido», apunta José Devesa, que ya tenía experiencia anterior en viajes en condiciones extremas con algún trekking en la zona del Himalaya, entre otras.

Así, recorren kilómetros y kilómetros sobre el hielo en esa ruda y antigua furgoneta, «al más puro estilo de la Unión Soviética de la Guerra Fría», teniendo hasta que golpear las puertas para poder cerrarlas. «Hierro sobre hierro», añade Néstor, que cuenta que en su interior les sirven algunos días el desayuno, otros sobre las mismas placas de hielo. «Son unos pequeños tupper con arroz, pollo y un vaso de té caliente», detalla el aventurero, que reconoce que muchos días esa ha sido su única comida junto a un plato de patata cocida y verduras para cenar. Eso sí, también han incluido algún día en el menú pescado del lago cocido con patatas y zanahoria. No importa. No hay hambre. Tienen el espíritu bien alimentado con las imágenes que les está regalando durante estos días el Baikal, desde las cuevas de hielo a las curiosas burbujas de metano que quedan atrapadas en el agua congelada durante su ascensión hacia la superficie, los atardeceres al sur de la isla ‘Cabeza de león’ o las placas gigantes de hielo, turquesas y totalmente cristalinas. «La efímeras cuevas de hielo, solo duran tres meses, son una auténtica maravilla digna de visitar una y otra vez, caprichosas estructuras heladas que nos recuerdan a nuestras cuevas pero formadas íntegramente con agua congelada de tonos turquesa», escribe Néstor, que asegura que sorprende la inmensidad y la tranquilidad del entorno solo roto por el eco del Baikal al moverse bajo sus pies. «Un escalofrío recorre el cuerpo al ver como aparecen a nuestro paso grietas en el hielo», confiesa.

Juan y Gabriel preparando una foto de las grietas sobre el hielo, en la inmensidad del lago Baikal.

En Irkutsk

Aún les quedan algunos días para seguir disfrutando de las maravillas del lago, e incluso montar en algún ruidoso hovercraft (aerodeslizador) o buscar a sus curiosas focas endémicas –la nerpa o pusa sibírica–, antes de regresar a Irkutsk, desde cuyo minúsculo aeropuerto tomarán el avión que les traerá de vuelta a España tras hacer más de una escala –a la ida hicieron trasbordo en Ámsterdam y en Moscú–. En esa ciudad rusa ya estuvieron a su llegada, sorprendiendo a los viajeros con todo nevado y helado y con un skyline formado por casas bajas de madera y viejas que contrastan con los bloques de viviendas al más puro estilo Unión Soviética e imponentes templos ortodoxos. «Hay tranvías de más de 50 años ocupando carriles centrales de las grandes avenidas y coches destartalados por los golpes causados en época de nieve y frío. La ciudad no es una ciudad turística, no está orientada ni preparada para el turismo internacional. Ni un solo cartel en inglés en todo el recorrido desde el aeropuerto al hotel», contaba Néstor a su llegada a Irkutsk, cumpliendo en un mercadillo su primer objetivo: comprar el típico gorro de piel ruso.

En la ciudad han percibido esa diferencia cultural, que ha resultado especialmente llamativa para Juan García, que escribía a su pareja cómo las mujeres iban vestidas como hace un siglo. «Pero no digo traje regional, digo chicas jóvenes o mujeres de nuestra edad vestidas como paisanas rusas de 1917», apostilla el fotógrafo, que destaca la autenticidad del lugar, sin ningún tipo de «maquillaje » para el turista. «La verdad es que es una ciudad dura, de  contrastes. Aquí lo mismo te cruzas gentes de rasgo oriental, como con gentes de aspecto de hincha del Spartak de Moscú, como con atractivas rusas de cara seria y forradas en pieles. Lo que más me impacta es ver esa mezcla de razas que, a diferencia de verlas en Nueva York, aquí sí son todos de un mismo país. Son todos rusos», añade Juan.

El reportaje en El Día de León. Publicado el 3 de marzo de 2018.

También está siendo toda una experiencia para José y para Gabriel, el más joven del grupo y que asegura que tenía especial ilusión en realizar un viaje en unas condiciones tan extremas y que el Baikal no es solo una serie de increíbles paisajes. «Baikal es un lugar místico, un lugar de meditación y oración, cuya simbología está presente alrededor de todo el lago», comparte Gabriel, que destaca también el mestizaje cultural y étnico, así como el carácter de sus habitantes. «Esa es la gente de Baikal, amable pero fría. No te preguntarán ni se interesarán por tu lugar de origen, ni por qué estás aquí. Ellos simplemente atenderán de una forma respetuosa a lo que tú preguntes, pero no aportarán nada más. No les interesa, ellos viven en otro mundo», añade.

De pruebas

La expedición de Néstor, José, Gabriel y Juan también servirá para testear cómo responden las cámaras y otro material fotográfico en condiciones extremas. Canon, Lucroit, Sandisk, DJI y Robisa son algunas de las marcas y empresas que han querido apoyar su viaje al Baikal para recibir ese feedback sobre el funcionamiento de los equipos –cámaras, objetivos, tarjetas y drones– a temperaturas bajo cero. «A veces los drones (dos Phantom 4 de DJI) nos han hecho cosas extrañas, se han desconfigurado, han perdido la conexión con el mando, incluso con el GPS, por lo que hemos estamos a punto de perderlos» explica Néstor, que reconoce que esta ayuda les llegó por sorpresa. «Nosotros solo preguntamos a las marcas que utilizamos habitualmente sobre cómo respondían los equipos a esas temperaturas y si había algún tipo de asistencia en esa zona por si se nos estropeaba alguno- Ellos han visto en nuestro viaje una oportunidad de probarlos en esas condiciones y nos han ayudado con material», añade el fotógrafo.

Parte del equipo fotográfico y de vídeo utilizado durante su expedición a Siberia.

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