Virgilio Riesco, pasión por la mina

Santa Marina ensalza la figura del empresario minero cuando se cumplen 50 años del socavón Antón Ardura, uno de los seis pozos que abrió en el pueblo.
V. Silván / Agencia Ical
Fotos: César Sánchez

Pasión por la mina. Eso es lo que sentía Virgilio Riesco por la actividad a la que dedicó su vida y en la que invirtió “cada peseta” que llegaba a sus manos. Uno de esos empresarios románticos, que creó su empresa de la nada y que acabó siendo el sustento durante décadas de decenas de familias de mineros en Santa Marina de Torre y también de otras poblaciones de los alrededores de este pequeño pueblo del Bierzo Alto.

Santa Marina ensalza estos días la figura de este empresario, cuando se cumplen 50 años del inicio de la explotación del socavón ‘Antón Ardura’, una de las muchas que abrió en esta localidad de Torre del Bierzo. Desde la ‘La Chopera’ de la mina Adonina al pozo Mariángela, pasando también por ‘Boisán’, ‘La Jota’ o ‘Nos veremos’. Nombres que ya forman parte de la memoria de este pueblo y de los centenares de mineros que trabajaron en sus galerías y ramplas desde que Riesco abriera su primera mina nada más finalizar la Guerra Civil.

Precisamente en este pueblo le sorprendió el estallido del conflicto el 18 de julio de 1936, según explica su sobrino, Andrés Pérez, tal y como dejó escrito el propio Riesco en unas memorias. “Allí había subido de fiesta con su suegro Antón -por quien lleva ese nombre el socavón-, luego vino el apresamiento, la huida por los montes de León, primero hacia Matalavilla por saber de su madre y luego a Astorga para participar en aquella incivil guerra”.

“Era una paradoja, mi padre era muy de derechas y su suegro, mi abuelo, era un minero asturiano muy de izquierdas, comunista y hasta anarquista”, bromea su hija Ángeles, que explica que Antón Ardura entró de “guaje” en la mina con apenas siete años y que huyó a León con las primeras revueltas mineras en Asturias. A pesar se esas grandes diferencias ideológicas, Riesco y Ardura tuvieron una relación muy estrecha y leal, ambos admiraban del otro la nobleza y la firmeza de sus ideales.

Fue una vecina de Torre, miliciana republicana, la que denunció a Riesco, que no tuvo más remedio que huir. “Cuando se fue a la guerra le dijo a mi madre: Amor gasta lo menos posible. Ya tenían a mi hermano Virgilio y mi madre eso lo llevó por el libro”, apostilla Ángeles Riesco. Tras la guerra, concretamente el 17 de mayo de 1939, regresó a Torre del Bierzo para incorporarse a su puesto de administrativo en Antracitas de Brañuelas “Ya entonces le había picado el gusanillo de la mina”, apunta su sobrino, que explica que adquirió los derechos de 28 “cuadrículas mineras” y fundó su propia mina, a la que le puso el nombre de su hermana, Adonina.

Esa fue su primera mina, un ‘chamizo’, en el que empezó a trabajar con su suegro Antón Ardura y que tuvo como primeros empleados a dos vecinos de Santa Marina, “José Silván, el padre de ‘Falange’, y Antonio Silván, hermano de Ricardo, y el tercero como picador, Narciso Viloria”, según las referencias que da el propio Virgilio Riesco en sus memorias. Unos comienzos modestos para una empresa que llegaría a sumar 200 empleados en la época “gloriosa” de la minería berciana y que, como el resto, se vería duramente golpeada con la crisis del sector del carbón y la reconversión.

Ángeles Riesco, hija del empresario minero Virgilio Riesco./ C. Sánchez

De Matalavilla a Torre, con escala en Argentina

Pero la historia de Virgilio Riesco no arrancó en Torre del Bierzo. Sus orígenes están en otro valle, también minero, del Alto Sil, en Matalavilla. Hijo de madre soltera, con apenas 18 años cogió una maleta de cartón cargado con lo poco que tenía y pasando por Palacios del Sil, Ponferrada, Vigo, Lisboa, Rio de Janeiro, Santos, Montevideo y Buenos Aires acabó en La Pampa argentina. “Habían pasado varios meses desde que abandonó España cuando entró por la puerta del almacén de Ramos Generales ‘La Victoria’, donde acudía a trabajar de dependiente, justo frente a la estación de Rolón, en un solitario y enorme edificio fundado por un lacianiego de Robles, don Ramón González, en el que según se decía para su construcción se habían empleado más de un millón doscientos mil ladrillos”, relata su sobrino.

“Argentina fue su universidad, allí forjó su espíritu, cultivó tus principios y creció en la defensa de ellos, el amor a la naturaleza, la predisposición a defender al débil y la responsabilidad frente a los suyos”, destaca Andrés, que recuerda que fue precisamente esa responsabilidad la que le impidió quedarse en tierras americanas para siempre. “¿Cómo dejar de hacer el servicio militar y privarse de esa manera de volver a ver a su madre?”, cuestiona. Algo que también recuerda su hija Ángeles, que asegura que regresó para hacer la mili, que entonces eran tres años, porque de lo contrario le declararían desertor y no podría volver a España.

Y no tuvo muy buena suerte en el sorteo. La bola lo destinaba a África, concretamente a Larache, en Marruecos. “Llegó fuera de sorteo, fue a las oficinas y el militar metió las bolas en una caja y sacó la A de África, mi padre entonces le dijo que solo estaban ellos dos y que pusiera otro lugar, pero el militar no accedió al cambio porque, decía, ese era su destino”, cuenta Ángeles. Su destino era ese y Torre del Bierzo, donde empezó a vivir tras acabar el servicio militar -fue entonces cuando empezó a trabajar en Antracitas de Brañuelas- y donde conoció, destaca su sobrino, “a los dos amores de su vida: la mina y su mujer Amor, con la que se caso el 26 de mayo de 1934”.

Riesco inició su aventura en la minería en los años en los que, como cuenta su sobrino, el carbón se clasificaba con cribas colgadas y movidas a mano y el transporte hasta la estación de Torre se hacía en carros tirados por bueyes. “Unos años más tarde compró su primera pareja de bueyes de la que era carretero su suegro Antón Ardura, que bajaba el carbón cantando: ‘Sin freno y sin galga, bajo yo por la escombrera, con el castaño y el moreno, más de tonelada y media’”, cuenta Ándres, que señala que la empresa creció y, apostilla, “tal vez demasiado y al final tuvo que abandonar su idea romántica de lo que era una empresa y la subsistencia de la misma le llevó a aceptar, primero la explotación a cielo abierto, luego la reducción de actividad y, al final, hasta el cambio de manos de la propia empresa”.

Gran conversador, con un fuerte sentido del deber -“las leyes hay que cumplirlas aunque estén mal hechas”, decía a sus hijos-, una gran memoria, inteligente, correcto y, sobre todo y ante todo, un hombre de familia. Hubo muchos empresarios mineros que en esa época gloriosa en la que se ganó mucho dinero con la minería desviaron muchos recursos del dinero a otras cosas, sector inmobiliario, por ejemplo. En cambio, Riesco, peseta que ganaba peseta que dirigía a la mina. El famoso socavón Antón Ardura fue una obra más o menos faraónica en aquel entonces.

Su hija Ángeles, con una mirada tan azul como la de su padre, ahora se ríe de esa cabezonería de su padre con su empresa, pero recuerda que también trajo momentos muy difíciles para la familia. “Mi madre, que era una asturiana muy de casta, le reñía y le decía: ‘Sí, tu mételo todo ahí’. En aquella época compró esa máquina de extracción que en esos años debía de ser el gran avance y costó una millonada. Hubo muchas discusiones por ese tema en casa, pero el decía que había que invertir y nosotros le decíamos que no teníamos y él entonces respondía que había que invertir igual. Era una ceguera tremenda”, cuenta.

Sus recuerdos le llevan también al día que apareció con una enorme caja fuerte, después de enfadarse con el banco por la devolución de unas letras. “No vuelvo a meter un duro en el banco, le dijo a mi madre”, relata Ángeles, mientras se le viene a la cabeza la historia de cuando Riesco vendió una mina pequeña que tenía en Pobladura de las Regueras y la otra empresa empezó a explotarla y empezó a dejar deudas y no pagar los salarios a los mineros. “Hacía unas cosas que eran para matarle, mi padre dijo que eso no lo podía permitir y le volvió a comprar la mina, mira que disparate y todo porque no podía permitir que su nombre estuviera relacionado con gente que debe dinero, en ese sentido era muy correcto y sufría de pensar en cerrar una mina y dejar a la gente sin trabajo”, añade.

Recuerdos del ‘travesal’

El socavón ‘Antón Ardura’, un ‘transversal’ en el argot minero y el ‘travesal’ para la gente del pueblo, se abrió en 1964 y por sus galerías pasaron cientos de mineros. Uno de ellos es José Niño, que vivió en esa explotación uno de los momentos más duros y amargos de su vida, la pérdida de su hermano Antonio Niño, un joven minero que perdió la vida en la rampla -donde se pica el carbón-, al caerle un “cazuelo”. “Si hubiera sido en una capa tumbada no le hubiera hecho ni un rasguño”, lamenta José, que entonces era vigilante y recuerda lo duro que fue tener que ser él el que sacara a su hermano y lo duro que fue después tener que volver a bajar a trabajar allí.

Un terrible momento que compartió con otro vecino de Santa Marina, Jesús Díaz, que también trabajaba allí cuando ocurrió el accidente y que también se sintió muy afectado por la pérdida de Antonio. “Me afectó muchísimo porque trabajaba con él y nos llevábamos muy bien”, cuenta Jesús, que recuerda que cuando pasó “tuvimos que ir, los sacamos con su hermano José y lo llevamos con nosotros al puesto de vigilante”. Son recuerdos que no gustan, que siguen encogiendo el corazón por mucho tiempo que pase, como ocurre también al pensar en la otra vida que se llevó el Antón Ardura, la de Dionisio Montero.

El minero Jesús Díaz, junto a una foto suya en la mina. / C. Sánchez

José Niño empezó en la mina con apenas 18 años con el objetivo de evitar hacer el servicio militar pero, una vez que entró, pensó que tal vez era mejor la mili. “Es duro, al final deje la mina e hice la mili”, reconoce Niño, que años más tarde volvió al pueblo y ya se “enganchó”, trabajando 30 años seguidos, en los que empezó como ayudante y siguió como picador y vigilante y acabó de ‘plantilla’, desde cuyo puesto trabajó para que los mineros cobrara por contratas, una cantidad en función de la producción que sacasen, y no por gratificación, que dependía del “libre albedrío” del vigilante. Para él, Virgilio Riesco fue un buen empresario, humilde y que tenía presentes a sus trabajadores, precisamente por sus comienzos tan modestos.

Pero esa es la parte mas amarga de la mina, que se endulza cuando toca hablar de compañerismo, bromas y chascarrillos. Así, durante la celebración esta semana del Verano Cultural en Santa Marina, el “anecdotario minero” de hombres y mujeres del pueblo sirvió para recuperar esas historias y experiencias que forma parte de su memoria colectiva.

Anécdotas acompañadas por la fotos de mineros y objetos rescatados de las oficinas de ‘La Reguerina’, como el maletín de piel en el que Riesco llevaba el dinero con las nóminas de los mineros, los planos y los pesos para sujetarlo y los libros y las cartillas del reconocimiento médico, en las que se mezclan los nombre de los del pueblo, con apellidos portugueses y pakistanís.

Cartillas de los mineros Mohammed Asif (D), de origen marroquí, Joao da Silva Loureiro (I), de origen portugués, y Efren Maximino Suárez García, español, ejemplo de la inmigración en las cuencas mineras. / C. Sánchez

Unos recuerdos que sirven par comprobar los cambios que ha habido en la mina, de aquel posteo con madera que exigía al entibador un dominio de la técnica para cabecear los postes y asentar bien los cuadros, que ahora son de hierro, a cuando fumaban como carreteros en el interior de las galerías.

Y después de Virgilio llegaron nuevos empresarios mineros, menos románticos, y ya no queda nada. Las instalaciones de ‘La Reguerina’, derruidas, y nuestro municipio, al que tanto quiso y por el que tanto luchó, va perdiendo poco a poco todo su patrimonio industrial sin que aparentemente a nadie le importe, el socavón ‘Antón Ardura’ tapiado, el pozo ‘Mariángela’, con la verja bajada, y las instalaciones de ‘La Ñasera’, unas derruidas y las otras ocupadas no sé muy bien ni por quien ni para qué. La última vez que subí, fue tanta la pena que sentí, que pensé en no volver nunca más”, confiesa su sobrino Andrés, que espera que en un futuro, no muy lejano, Europa apueste de nuevo por el carbón y los empresarios mineros recuperen el romanticismo para un nuevo resurgir de toda la minería en el Bierzo Alto y que las punterolas y barrenas vuelvan a hacer vibrar las entrañas de la tierra bajo Santa Marina de Torre.

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