1.826 días después

Han pasado cinco años del inicio de la tercera Marcha Negra que unió a mineros leoneses, palentinos, asturianos y aragoneses para llevar a Madrid sus reivindicaciones por la supervivencia del sector del carbón ante los incumplimientos del Gobierno e Industria.
V. Silván / El Día de León
Foto portada: Campillo

El 22 de junio de 2012 dos columnas de mineros partían de Villablino y Bembibre, en las comarcas de Laciana y el Bierzo, para hacer andando los cientos de kilómetros que separan las cuencas de Madrid en la tercera Marcha Negra con una única reivindicación, el cumplimiento del Plan del Carbón y evitar el cese de la actividad minera. Han pasado cinco años desde entonces, 1.826 días, en los que el sector minero no ha dejado de desangrarse, con el cierre de empresas y pozos, y en los que se ha ido haciendo realidad el mensaje, a modo de advertencia, que muchos de esos mineros llevaban a su espalda: Quieren acaban con todo. Y así ha sido.

En Laciana, apenas da alguna bocanada Hijos de Baldomero García (HBG) en La Escondida de Caboalles de Abajo, mientras que en el Bierzo sigue peleando por aguantar el envite el pozo Salgueiro de Santa Cruz de Montes con una Uminsa en liquidación y sentenciada a desaparecer tras el fallo judicial que le obliga a pagar más de 36 millones por el caso del carbón  desaparecido del Almacén Estratégico Temporal de Carbón (AETC). Adiós a Coto Minero Cantábrico (CMC). Adiós a Alto Bierzo. Adiós a Hullera Vasco Leonesa. Adiós a Carbones Arlanza. Adiós a Minas del Bierzo Alto (MBA). Una sangría que reduce la actividad extractiva a la mínima expresión.

Con la perspectiva que dan estos años, está claro que la gran movilización no sirvió para conseguir su objetivo de dar estabilidad y normalizar la actividad minera, que afrontara su cierre ordenado y previsto hasta el 2018. Al contrario, la falta de una política energética clara y de compromiso por parte del Gobierno de Mariano Rajoy, incapaz todavía de garantizar el consumo de mineral autóctono y de poner en marcha un mecanismo alternativo al real decreto de restricciones por garantía de suministro, ha llevado a la minería y a las cuencas prácticamente a la nada y con menos esperanzas, desalentadas por el cierre anunciado de las centrales térmicas de Anllares y Compostilla II.

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El reportaje ‘1.826 días después’ en El Día de León. Publicado el 24 de junio de 2017.

«En cinco años hemos pasado a que no haya ninguna empresa en Castilla y León que no esté en concurso de acreedores o en fase de liquidación», señalan desde FITAG-UGT, que puntualizan que en Villablino, la mina La Escondida ha recuperado cierta actividad tras alcanzar Hijos de Baldomero García (HBG) un acuerdo de suministro con Endesa y a pesar de haber llegado a solicitar el concurso el año pasado, y en el Bierzo, el pozo Salgueiro confía en volver a extraer de mano de la arrendataria Prosimec mientras su actividad se limita a labores de mantenimiento tras el inicio del proceso de liquidación de Uminsa.

«Estamos a expensas de reunirnos con los administradores concursales, para ver qué plan de liquidación plantea al juez y qué va a ser de nosotros. Nuestro objetivo es que sigamos con Uminsa hasta que llegue la resolución de las bajas incentivadas y prejubilaciones, que hay gente que cumple a finales de 2018», apunta a ese respecto el presidente del comité intercentros de Uminsa, Jorge Diez.

Con ‘los ocho’

La III Marcha Negra arrancó un mes después del inicio del encierro de ocho trabajadores de Uminsa en el pozo Santa Cruz, en el municipio de Páramo del Sil, para protestar contra los recortes de más del 60 por ciento en los fondos destinados al carbón con el primer Gobierno de Mariano Rajoy y con el «temido» José Manuel Soria al frente del Ministerio de Industria. Se retomaron las movilizaciones, los bloqueos y los cortes de carretera, con una implicación importante de los trabajadores de las subcontratas.

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Una mujer muestra su casco en recuerdo de los ocho encerrados en Santa Cruz durante la manifestación en Madrid. / César Sánchez

De esta manera se cumple la asociación que siempre ha existido entre los encierros y las marchas. La primera Marcha Negra respaldó el encierro en el pozo Calderón de Villager con el recorrido hasta Madrid de los mineros de Laciana, mientras que la segunda Marcha Negra unió a lacianiegos y bercianos en su camino hasta León como apoyo en sus reivindicaciones a los 14 mineros encerrados en el pozo Casares de Tremor de Arriba.

La III Marcha Negra tuvo como puntos de partida Villablino y Bembibre, desde donde salieron el 22 de junio de 2012 las columnas de mineros de las comarcas leonesas de Laciana y el Bierzo. Días después, el 25 de junio, se unían a la columna que ese mismo día salía desde Mieres (Asturias) en La Robla, donde también se incorporaron los compañeros de la cuenca de Guardo-Velilla (Palencia). Mientras, desde Aragón salía otra columna con decenas de mineros haciendo a pie cientos de kilómetros con un destino, la capital madrileña, donde ya todos juntos entraron en la noche del 10 de julio.

En Madrid

Allí fueron recibidos y arropados por un millón de personas, alumbrando Madrid con sus lámparas mineras en un emotivo recorrido hasta la Puerta del Sol, en la jornada previa a la multitudinaria manifestación, que acabó marcada por el duro enfrentamiento con los antidisturbios, enturbiando lo que había sido el espíritu pacífico de la marcha.

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LLegada de la marcha minera a Madrid, con un emotivo recibimiento. / Juan Lázaro

Coincidiendo con la llegada a Madrid y con la manifestación que se llevó a cabo por las calles de la capital, tenía lugar el «relevo » en el pozo Santa Cruz. Cinco mineros se despedían de sus familias para relevar a los siete compañeros -uno de los ocho tuvo que abandonar antes el encierro por recomendación médica- que permanecían en la mina desde el 21 de mayo y que, tras 52 días aislados de todo, podían ver por fin la luz. El relevo sumaría otros 26 días en las entrañas de la tierra, hasta el 6 de agosto, decepcionados por no haber podido conseguir su objetivo y evitar que el pozo Santa Cruz echara también la verja.

«No sirvió para nada», sentencia José Luis Fernández, que entonces era delegado de CCOO en Alto Bierzo y siguió la marcha, dando apoyo al resto de compañeros. Él había sido uno de los mineros de la segunda Marcha Negra en 2010 y años después también se comprometería con la defensa del carbón durante las movilizaciones del 2015, participando en el encierro en el Ayuntamiento de Bembibre.

«Esta zona está muerta»

Fernández lamenta que todos los esfuerzos realizados no hayan logrado impedir los cierres, que se han adelantado a la previsión del 2018. «Esta zona está muerta, de la minería que había no queda nada», añade, mientras enumera la situación de HBG, de Uminsa y de Minas de Bierzo Alto (MBA), la empresa en la que trabajaba tras hacerse con las explotaciones de Alto Bierzo de Viloria y cuya actividad también ha quedado paralizada, dando salida a los trabajadores mediante prejubilaciones y bajas incentivadas. «A mí lo que más me duele es ver pasar los camiones con el carbón de importación y que las minas estén paradas, cuando hay mucha gente que lo está pasando mal y que necesita trabajar», apostilla Fernández, que puntualiza que «estoy prejubilado pero seguiré siendo minero toda la vida».

Y aunque la III Marcha Negra se acabó viviendo como una derrota y los mineros regresaron con las manos vacías, sin respuesta a su llamada de auxilio para salvar al carbón, sí volvieron de Madrid con los corazones llenos del calor, del apoyo y de la solidaridad de las personas que se fueron encontrando por el camino y que les recibieron como héroes y entre aplausos en la capital madrileña. El carbón seguirá encontrando motivos para seguir luchando.


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El minero Pedro Leite, durante el encierro en el pozo Casares en 2010. / César Sánchez

«Como poner una tirita para parar una hemorragia»

A la espalda una mochila de la que colgaba un cartel con el mensaje «No somos terroristas» y en cuyo interior guardaba una botella de agua, betadine, tiritas, algo de ropa interior,  calcetines y, lo más importante, una foto de su familia, su mujer Marta y sus hijos Adrián y Kimy, los mismos que caminaban ese 22 de junio de 2012 a su lado, acompañándole, en esos primeros pasos hacia Madrid.

Así comenzó la III Marcha Negra desde Bembibre para el Pedro Leite, que entonces era minero de Alto Bierzo. «Fue como poner una tirita para parar una hemorragia que sabes que no se va a curar», valora cinco años después. Uno de los 14 encerrados en las entrañas del pozo Casares durante 26 días en 2010, su nombre salió también entre los voluntarios de cada empresa para representar al resto de compañeros en esa movilización histórica.

«Nos apuntábamos como voluntarios y de un bote escogían a personas de cada empresa, como un sorteo. Yo me ofrecí porque era una forma de luchar por lo nuestro y porque la situación de nuestra empresa y de toda la minería era insostenible, estaba todo patas arriba», justifica Leite, que guarda un buen recuerdo de la Marcha Negra y enumera la relación con los compañeros, el apoyo de la familia que le acompañaba en algunos tramos, los compañeros que conoció de otras cuencas o el recibimiento en los diferentes pueblos y ciudades.

«Yo me ofrecí porque era una forma de luchar por lo nuestro y porque la situación de nuestra empresa y de toda la minería era insostenible, estaba todo patas arriba»Pedro Leite, minero

“Pensábamos que más allá de Astorga los mineros estaban olvidados, pero no, a cualquier pueblo que llegábamos éramos bien recibidos y nos sentíamos arropados, la gente estaba contigo para lo que necesitaras, para lo que hiciera falta», recuerda Leite. Mientras su casco se iba llenando de los nombres de los lugares por los que pasaban y las fechas, un pañuelo palestino empezó a cubrir su cabeza y su nuca, para que no volviera a quemarse con el sol, junto al cartel que seguía colgado de su mochila y que llegaría hasta Madrid.

Pedro Leite, con su mochila, su pañuelo palestino y su cartel con el mensaje «No somos terroristas». Campillo

Precisamente, como dice él, «por culpa de ese cartel cobré». «Estábamos en un portal y llegaron agentes antidisturbios que nos dijeron que ahí no nos podíamos meter y salimos. Me di la vuelta, quedé de espaldas y a cuatro metros, uno de ellos vio el cartel, no le gustó y me metió un pelotazo en el brazo izquierdo que me levantó la piel», cuenta. Eso se quedó en una anécdota «simpática», como los intentos del sindicalista José Ángel Fernández Villa de colocarse a la cabeza de la marcha «para la foto», ante el gran recibimiento que tuvieron en la capital española.

Nada podía ennegrecer ese momento. Impresionante. Increíble. Bestial. Pedro Leite se queda sin palabras para describir lo que sintió en ese recorrido hasta la Puerta del Sol, con sus lámparas mineras iluminando la noche madrileña. «El recibimiento en Madrid fue fuera de lo normal, aquello fue impresionante, la llegada de noche –buf– nos dejó sin aliento, sin palabras, fue increíble», apenas puede articular el minero, reviviendo todas esas emociones.

Por ello, lamenta la carga de los antidisturbios al día siguiente, en la manifestación, que de algún modo puso una puntilla «agridulce» a lo que había sido el desarrollo pacífico y reivindicativo de la Marcha Negra durante todos los días anteriores. «Y lo peor es que, mientras los antidisturbios estaban dando leña a la gente, entre ellos familiares y personas de las cuencas que habían llegado en autocares, los sindicalistas seguían en el palco con sus discursos pasando de todo, como si no fuera con ellos», apostilla.

«A la primera de cambio el empresario nos dejó con el culo al aire y debiéndonos dinero, que mira los años que han pasado y todavía no hemos cobrado»Pedro Leite, minero

Y es que Leite es muy crítico con la actitud de algunos sindicalistas, como también lo es con los empresarios, especialmente con Manuel Lamelas Viloria, a quien pertenecía la empresa en la que trabajaba. «A la primera de cambio nos dejó con el culo al aire y debiéndonos dinero, que mira los años que han pasado y todavía no hemos cobrado », puntualiza Leite, que pudo acogerse al adelanto de dos años y ahora está prejubilado.

Así, lamenta que «con todo el carbón que tenemos aquí debajo» se dejen morir las cuencas y sin trabajo a decenas de mineros que ahora están en casa. Sabe que han sido utilizados, pero entiende que es el «sino» de los mineros, entre el Gobierno y el empresario. «Al final tenemos que poner la cara por él, para que tire adelante porque si él tiene empresa nosotros vamos a tener trabajo», añade Leite que, lo que si asegura, es que si pudiera volver atrás estaría de nuevo en la Marcha Negra pero el encierro «no lo haría otra vez jamás de los jamases».

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